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El tren ya fue, ahora toca el tsunami


Publicado el : 29 de Junio de 2016

En : Prensa

Por Pablo Regent, decano del IEEM

El mundo ha dado otro salto disruptivo en lo que tiene que ver con la naturaleza del trabajo: entramos en la década de los servicios robotizados.

El concepto de Uruguay productivo fue muy utilizado durante la primera década de este siglo. Sonaba bien. El adjetivo productivo servía como megaidea unificadora para soñar con un Uruguay mejor, más justo, con más trabajo manual y menos trabajo financiero. Con una cierta reminiscencia desarrollista, se hacía hincapié en una falsa oposición entre trabajo manufacturero y trabajo intelectual. Trabajar, trabajar de verdad, era trabajar con las manos, con grandes máquinas, con humo, aunque ecológicamente sano dentro de lo posible. Trabajar con el intelecto, “sin engrasarse”, era trabajo pero no tan bendecido como el primero. Tanto era así que recuerdo algunas anécdotas de dirigentes políticos asombrados y hasta fastidiados como consecuencia de su visita a la planta de UPM, en aquel momento Botnia. No daban crédito a la escasez de mano de obra “obrera” en las líneas de producción. De golpe se encontraban con las “fábricas del futuro” y había algo que no les cerraba. Incluso a no pocos les resultaba difícil aceptar la lógica de la gran cantidad de empleo indirecto generado a partir del emprendimiento y mucho más aún los impactos muy relevantes de externalidades positivas como el aprendizaje técnico y el desarrollo de cadenas de suministro.

Aquello sucedía más de una década atrás. Hoy el mundo exterior, ese que sigue su curso más allá de lo que a los orientales nos parezca bien o mal, ha dado otro salto disruptivo en lo que tiene que ver con la naturaleza del trabajo. Ya no solo se trata de fábricas automatizadas. Entramos en la década de los servicios robotizados. Pero la perplejidad es la misma que antaño. Muchos no lo entienden, y otros entienden pero prefieren negarlo. Como si ello fuera a detener lo que se nos viene. Cierto que aquí y allá hay uruguayos que captan la tendencia global y se las ingenian para adaptar sus negocios, o crear nuevos, a partir de esta cuarta revolución industrial de la que estamos siendo parte. Como tantas veces sucede, el problema no lo tienen los más listos o los más precavidos. En todo tiempo y lugar hay personas que saben construir pese a que el entorno en el que se encuentran no sea el más propicio. Aunque en Uruguay esto sea así y podamos mostrar ejemplos innovadores que desarrollan operaciones a partir de la nueva lógica tecnológica, no es suficiente para la gran masa de la población que por el motivo que sea no tiene tales capacidades. Es imperioso promover una forma de facilitar que los “no tan listos o precavidos” puedan aprovecharse de los beneficios de esta nueva revolución.

Un Uruguay con más jobs y más Jobs
Steve Jobs, que en paz descanse, tuvo que superar muchas dificultades para desarrollar su emprendimiento, quizás entre los dos o tres casos de éxito más impresionantes en los últimos treinta años. Obviamente se trató de un hombre con muchas virtudes, así como con sombras importantes como todas las personas que hicieron cosas grandes. Sin embargo, a la luz de lo que se ve en nuestra comarca, uno no puede más que congratularse de que Jobs haya nacido lejos de nuestras costas. ¿Habría podido Jobs desarrollar su empresa en el entorno nacional? Quizás lo hubiera logrado, obviamente era un hombre que no se quebraba con facilidad. Si algo le sobraba era resiliencia, esa virtud tan poco comprendida pero tan vital que refiere a la capacidad de soportar golpes sin quebrarse.

Jugando con su apellido, en Uruguay necesitamos muchos jobs de calidad, pero para eso es imprescindible permitir que haya también muchos Jobs uruguayos. Sin Jobs, no hay jobs. O mejor dicho, sin Jobs, solo habrá jobs tercermundistas, quince mil pesistas, acomodadores de autos registrados, empleados de autogestionadas con respirador artificial o cosas por el estilo. Eventualmente califican como jobs en las estadísticas, mas no son lo que una nación necesita para ingresar al primer mundo.
No alcanza con que crezca el PBI, ni siquiera calculado per cápita. No alcanza que el país crezca, es necesario que se desarrolle. Para desarrollarnos, trabajar en serio. Para trabajar en serio, puestos de trabajo de calidad. Para puestos de trabajo de calidad, subirse al tren del primer mundo de una vez por todas. Tenemos nuevamente una oportunidad, la curva tecnológica ya tiene una pendiente tan vertical que evidencia, sin posibilidad de error, una revolución tecnológica que más se parece a un tsunami. Incluso Uruguay, con todas sus rémoras culturales y sentimentales, puede aprovecharse de esta ola que arrasa con todo.

Este cambio revulsivo que ya llegó afecta a todos los países, a todos los sectores y a todos los trabajadores. A cada nivel hay que tomar decisiones, elegir una alternativa. Las fuerzas conservadoras se van a hacer sentir. ¿Cómo? Muy sencillo, observemos a nuestro alrededor. Están presentes en aquellos colectivos que pretenden convencernos de que lo mejor es enfrentar la fuerza de esa ola gigante que se nos viene arriba. Llaman a erguirse firme con los pies clavados en la arena, la mirada fiera y el pecho descubierto. Será un final romántico e hidalgo. Servirá para que los Viglietti de mañana emocionen a ancianos nostálgicos y a jóvenes ingenuos, pero para poco más.

Por el contrario, en vez de enfrentarla podemos optar por subirnos a su cresta y surfear sobre ella. Seguro que si lo hacemos, entre los muchos que veremos a nuestro lado, no faltará el espíritu de Jobs liderando los giros más arriesgados.

Publicado en Café & Negocios, El Observador, 29 de junio de 2016. Caricatura: Salvatore


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