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Adagios falsos y profecías autocumplidas


Publicado el : 15 de Diciembre de 2023

En : General

Por Pablo Regent, profesor del IEEM

 

Nadie es imprescindible. ¿Esta usted de acuerdo con esta afirmación? Seguro que sí, o al menos así lo afirmaría si debiera responder en voz alta. Quizás, en su fuero íntimo, le generase alguna duda, pero en la mayoría de los casos le sentaría incómodo ir contra el pensamiento más aceptado en esta materia. Hoy en día, queda muy mal afirmar que alguien es imprescindible. Se lo ve como un pensamiento propio de personas mesiánicas, autocráticas, o incluso vanidosas y fatuas. En fin, mejor no complicarse la vida y asentir acompañando la posición popular.

Algunos ejemplos concretos.

¿Conoce usted quién fue Adolfo Hitler? Si no lo conoce, se lo resumo en un par de líneas. Fue un austríaco sin educación formal significativa ni fortuna, contactos relevantes o activo alguno que, aprovechando una serie de circunstancias muy particulares, llevó a Alemania y al mundo a la matanza y destrucción de bienes más grande que ha conocido la historia de la humanidad. ¿Cree usted que Hitler fue imprescindible para que tal desastre sucediera? Debería decir que no, pues caso contrario usted estaría siendo inconsistente con la respuesta del párrafo anterior. Pero si consulta con cualquier fuente seria, verá que, si bien en el período de entreguerras casi todos los países de Europa —e incluso varios de América— derivaron hacia gobiernos de tono autoritario, con líderes más o menos autocráticos, ninguno llegó a los extremos de aquella desgraciada Alemania. Por lo tanto, Hitler fue imprescindible para construir aquel desastre.

Aquí usted me puede decir que la excepción confirma la regla. Puede ser, quizás tenga razón. Vayamos a otro ejemplo. ¿Fue Winston S. Churchill imprescindible para el Reino Unido? Nuevamente acudamos a cualquier historiador serio, sea este pro Churchill o sea de aquellos que no le guardan mucha simpatía. Todos coinciden que, si el 10 de mayo de 1940 no hubiera recibido el mandato real de formar gobierno, el futuro de su país hubiera sido pactar con la Alemania nazi luego de la rendición francesa. Si no sabe mucho acerca de esto, lea a John Lukacs, que narra maravillosamente los cinco días de mayo de aquel año en los que Lord Halifax y Churchill debatieron sobre este asunto, triunfando por poco la posición del segundo. Si no le gusta leer, alcanza con que mire Lo que queda del día, un drama donde brilla Anthony Hopkins y muestra entre líneas esta verdad un poco vergonzante para los británicos. Por lo tanto, en 1940, Churchill fue imprescindible. Está bien, dirá usted, ya son dos excepciones. Pero quizás se trata de entornos políticos, no así en cuestiones privadas.

¿Qué opina de Steve Jobs? ¿No cree que en el momento en que creó el iPhone y que reconvirtió Apple fue un actor imprescindible? Si Jobs hubiera tenido un infarto repentino en aquellos tiempos, ¿cree usted que habría habido algún otro ejecutivo que hubiera tenido la genial creatividad y empuje para lograr lo que todos conocemos? Eventualmente alguien habría creado otra cosa, más valiosa quizás, pero no lo que hoy conocemos con el símbolo de la manzana.

Una tontería repetida mil veces no deja de ser una tontería.

La realidad es que afirmaciones como “los cementerios están llenos de imprescindibles” son adagios tan reverendamente tontos como inútiles. Los cementerios están llenos de imprescindibles, prescindibles y de todo tipo de resto humano que anduvo caminando por este planeta. Entonces, si estas verdades tan aceptadas y repetidas no son tan verdades, ¿de dónde viene su fuerza y vitalidad? De los mediocres, de aquellos que nunca han sido relevantes para nada en particular y que, por lo tanto, necesitan subvertir el orden de lo virtuoso.

Las personas son imprescindibles para algo en concreto. Ya vimos varios ejemplos y se podría enumerar una larga lista de muchos más. Sin duda que un gerente es prescindible en cuanto, si no está, se lo sustituye por otro. Pero no necesariamente ese otro, o cualquier otro, sería capaz de hacer o lograr lo que hubiera hecho el primero.

La “imprescindibilidad” (aunque tal término no exista, me viene bien usarlo) es una característica muy relacionada con la creatividad, con la innovación, con lo disruptivo. Cuando por el contrario estamos ante una situación que exige administración pura y dura, mejora simplemente marginal, o cuidado del status quo, cierto que no hay muchos imprescindibles. Pero también es cierto que son situaciones y momentos en que tampoco lo que brilla es la condición más genuinamente humana. Me refiero a esa potencia que solo las personas tienen en su ADN en cuanto creadoras de soluciones a problemas no resueltos y a satisfacciones insatisfechas. Lo propio de los hombres y mujeres es hacer la diferencia, dejar huella, cambiar lo que sucede alrededor. No lo estamos haciendo siempre, cada día y cada hora. A veces la mayor parte de nuestra vida la pasamos ocupándonos de situaciones que no ameritan ir por lo diferente sino más bien seguir el surco marcado por otros. Es bueno que así sea, vivir en una continua refundación es solo para adolescentes.

Esta condición de imprescindible no se da solo en las grandes gestas u ocupaciones de alto brillo. Un padre o una madre, un amigo, o hasta incluso un superior en la empresa, en un momento dado, para alguien en particular, puede convertirse en imprescindible, pues lo que está en condiciones de hacer o decir hace la diferencia para aquel que está escuchando y observando.

Es muy triste ver como se ha destruido el valorar esa “imprescindibilidad” de las personas, en una situación concreta y con un fin determinado. Ir por esta ruta es camino seguro a destruir la llama sagrada que cada ser humano trae al nacer y que en definitiva configura la fundamentación de su dignidad. Hemos sido creados para ser únicos. Y esa unicidad se da no en nuestro pensar, sino en nuestro hacer en el tiempo y lugar que nos toca vivir.

En el terreno de las organizaciones hay que estar atentos a los seres grises, esos que por desidia, temperamento o simple cobardía, nunca han sido capaces de arriesgar e ir por el camino difícil, ese que suele guiar hacia las cimas que vale la pena escalar. Cuando en una organización se encaraman en las posiciones de decisión, comienza una deriva desgraciada en la cual los diferentes son apartados y se elevan a puestos de responsabilidad a los que hacen cierto aquello de que “nadie es imprescindible”. Y la profecía autocumplida se hace realidad.


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