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Hacerse cargo


Publicado el : 08 de Marzo de 2024

En : General

Por Pablo Regent, profesor del IEEM

Tiempo atrás escuché una anécdota acerca de alguien que, estando ya retirado, fue invitado a un evento multitudinario, donde lo central era un muy justificado homenaje a su exitosa trayectoria. El ambiente de la ocasión era más bien intelectual, con presencia muy nutrida de académicos que habían compartido carrera y espacio en los años en que el homenajeado había ostentado posiciones de alta dirección.

Si bien el ambiente era bastante festivo, algunos de los organizadores, y no pocos de los invitados, temían que el discurso del propio homenajeado se fuera un poco de cauce. La razón era entendible. El agasajado, hombre de edad muy avanzada, como buen intelectual, a veces mostraba algunos derroteros en sus conversaciones que hacían sospechar un cierto despiste propio de la biología. Cuando esto ocurría entre amigos o en grupos pequeños, la cosa no pasaba a mayores. Pero exponerlo a un desafío, en un entorno cargado de emoción, hacía pensar a algunos que el homenaje podía terminar en desastre. Y esto era lo último que se pretendía, debido al cariño y al respeto que aquella persona se había granjeado en buena ley.

Lo cierto fue que, pese a temores y a sugerencias prudentes, la fiesta se organizó y, después de un buen número de discursos elogiosos sobre vida y obra del homenajeado, llegó el momento tan esperado, temido por algunos, de que este pasara a la palestra y encarara el desafío final.

Con el garbo propio del que ha tenido muchas tablas en su vida, y hasta con una agilidad sorprendente para la edad, se ubicó tras el atril, acomodó el micrófono a su altura, sin pausa y sin prisa, lo que mostró calma y control de la situación. Por fin, luego de una mirada lenta en forma de paneo a toda la audiencia, un carraspeo elegante ofició de campana de largada para su última ponencia. La última de muchas, la que él mismo sabía era la que quedaría en la memoria de la mayoría cuando él ya no estuviera.

Como dije, el ambiente era bastante elevado en términos intelectuales, por lo que las palabras iniciales no solo hicieron temer lo peor, sino que incluso entre la audiencia hubo algún codazo contenido y miradas acusatorias de aquellos prudentes que habían vaticinado lo peor.

“Siempre se ha dicho que las virtudes teologales son solo tres: fe, esperanza y caridad”, a lo que siguió una breve pausa que sonó a eternidad en los oídos de la docta tribuna. Si algo no se discute, al menos desde el siglo XII, es que son estas tres y ninguna más. “Pero hay una cuarta a la que nunca se nombra”, continuó el orador, lo que ya en la audiencia generó acomodos de nudos de corbatas, miradas hacia el suelo y cambios de cruce de piernas, al mejor estilo “Álvarez & Borges”.

“Me refiero —continuó el speaker— a hacerse cargo. Esta es la cuarta virtud teologal a la que me refiero”. Luego de eso, siguió una lección magistral que no solo despejó las dudas acerca de la senilidad del orador, sino que captó la atención de todos y cada uno de los presentes.

A partir de aquí sigo yo. Lo que interpreté de aquella anécdota contada por alguien que había estado presente corre por mi cuenta. Me hago cargo de lo que digo, pero creo no defraudar a aquel brillante académico. Sin embargo, nobleza obliga, aclaro que de acá en adelante la responsabilidad por lo que sigue es solo mía.

Hacerse cargo significa que hay personas que son virtuosas en cuanto asumen lo que se espera que hagan sin conformarse con hacer lo que les dicen. Se distinguen de las que carecen de esta virtud en que deciden hacerse dueñas de la parte del servicio que les toca. Suelen encarar su trabajo asumiendo el compromiso de que lo que hacen lo hacen porque han decidido hacerlo suyo, más allá de que sea fruto de una orden o de un manual.

Personas que se hacen cargo hay en todos lados, pero cuando son más que las que no se hacen cargo, la vida se vuelve más sencilla. En tales circunstancias se puede vivir con una dosis de confianza suficiente para no estar todo el tiempo mirando por encima del hombro para ver si, a la mínima distracción, nos quedamos colgados del pincel.

Se hacen cargo las personas que se esfuerzan por entender el significado de lo que se les pide, por preguntar una, dos y tres veces qué es lo que se les encarga, para asegurarse de que no fallarán por no entender; se hacen cargo aquellos que saben decir que no a algo que se les ordena, porque en su análisis se dan cuenta de que no van a poder hacerlo en tiempo y forma, sin vergüenza ni miedo de lo que dirán de él o de cómo lo mirarán. En definitiva, los hombres y mujeres que se hacen cargo se caracterizan por asumir su responsabilidad, por querer asumirla más allá de su posición jerárquica y poner en la consecución su pundonor de persona libre dueña de sí misma.

Pobres las organizaciones cuyos directivos han acostumbrado a quienes trabajan en ellas a no “hacerse cargo”. De alguna forma, más o menos buscada, han impedido a sus miembros sentirse dueños de sí mismos, asumiendo responsabilidades que hasta se podría decir que los liberaban en su fuero interno de su relación de dependencia. “Dependo de usted, que es mi jefe, pero trabajo como si yo fuera mi propio jefe”. Este perfil no siempre es el más cómodo para directivos inseguros y obsesionados con ser tratados con algo que ellos llaman respeto, pero que no es mucho más que miedo.

Hacerse cargo es una virtud y, como toda virtud, es un hábito adquirido. A los líderes de las organizaciones les compete crear las condiciones para que esta virtud se pueda desarrollar. Cuando en una organización esta virtud no está muy presente, no hay que culpar tanto a los subordinados, sino a aquellos con posición de mando.  En la entrada de Sandhurst, la escuela de oficiales del ejército británico, está grabado en piedra: “No hay malos soldados, solo malos oficiales”.

Qué pena no haber estado en ese homenaje. Aquel académico y directivo de nota tuvo claro que debía hacerse cargo de tal circunstancia. No debía dejar pasar la oportunidad de servir a todos haciéndolos reflexionar sobre lo que es clave para ser feliz en el trabajo y en la vida. Además, seguro se divirtió mucho viendo los rostros temerosos de los que ya lo veían como alguien que “no podía hacerse cargo”. Un grande, sin duda.

 


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