Por Pablo Regent, profesor del IEEM
Llega el verano y siempre es un tiempo que invita a realizar exámenes y sacar algún propósito. Cierto es que la mayoría de estos mueren de inanición antes de llegar a Carnaval, pero cada tanto algo queda. Vivir en ciclos parece ser algo necesario para los humanos. Como si vivir en un continuo nos impidiera acogernos a un refugio en el cual respirar, tomar energías y, principalmente, cargarnos de ilusión acerca de que lo que viene podría llegar a ser mejor. Por lo que fuera, bienvenidos estos momentos de chequeo a los que en esta columna se pretende hacer un aporte.
Felicidad
Mis colegas Patricia Otero y Margara Ferber, desde distintos ángulos, han estado haciendo unos aportes valiosísimos a lo único importante en la vida: ser feliz. Como bien señalan, la felicidad no es un estado etéreo que se alcanza en plan nirvana, sino que tiene que ver con la forma en que nos esforzamos por vivir la vida. Esa forma alcanza todos los ámbitos de nuestra existencia, aunque erróneamente algunos la buscan solo en algunas dimensiones —en los momentos de esparcimiento, por ejemplo—, a la vez que renuncian a hacerlo en otros —usualmente durante el tiempo del trabajo retribuido—.
Hace pocos días, accedí a una encuesta realizada en países del primer mundo en la cual se señalaba que un porcentaje muy alto de los encuestados declaraba que estaba insatisfecho con su trabajo. Se trataba de porcentajes significativos, casi tres de cada cuatro. En particular apuntaban a que estaban insatisfechos con su jefe, lo que es lógico: un mal jefe le arruina la vida al más motivado, mientras que uno bueno suele sumar puntos positivos que, si no compensan todos los males, al menos contribuyen bastante. En realidad, no hacen falta encuestas tan sesudas, con estar en el mundo y mirar alrededor es suficiente. Si bien me animaría a arriesgar causas varias aquí, me voy a centrar en una que suele ignorarse, pero que tiene una relevancia constitutiva de la insatisfacción laboral. Me refiero específicamente a la conciencia, o simple intuición no formalizada, acerca de que el trabajo que uno hace, el aporte de sus horas y desvelos, es de muy escaso valor para la empresa. Agradezco que antes de seguir leyendo se tenga presente esta advertencia: no me refiero a la incapacidad técnica o neuronal de la persona para hacer un aporte valioso, me refiero al match entre lo que esa persona puede y quiere dar, y lo que su posición laboral demanda.
Preguntas breves, respuestas no tanto
Su trabajo concreto, el que ocupa su jornada habitual, ¿qué respuestas merece a las siguientes preguntas? Responda luego de meditarlo bien, trate de no engañarse con lo que le gustaría responder o con lo que algún día podría haber contestado. Hoy es hoy y, a veces, la infelicidad puede generarse en melancolías de lo que alguna vez fue y ya no será.
Disclaimer
Quizás las respuestas se le hayan vuelto amargas. Quizás haya dejado de reflexionar en ellas luego del primer sinsabor. También, muy probablemente, más de una de ellas le causó indignación por descubrir cómo los líderes —o al menos los directivos de donde usted trabaja— no se esfuerzan en lo más mínimo por crear las condiciones para que estas respuestas sean las correctas, las buenas, las positivas. Coincido con usted, está bien que se indigne. Al menos habrá descubierto que hay algo que está mal. Quizás usted no pueda cambiarlo, pero como mínimo habrá descubierto qué es lo que le hace mal. Y toda cura necesita primero de un buen diagnóstico. Aunque, muchas veces, esos diagnósticos sean los que más duelen.
Recuerde una frase que se dice mucho, pero que se rumia bastante poco: “Las personas no renuncian a las malas empresas, sino a los malos jefes”. No les regale su potencialidad laboral, hay algo en lo que usted vale mucho, créame. Es cuestión de descubrirlo.