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Camino a la montaña


Publicado el : 22 de Marzo de 2024

En : General

Liderar es desafiante. Para complicarlo más, ¿cómo se puede practicar? Pareciera que las cosas más importantes en la vida implican que las experimentemos arriesgando, viviéndolas. Nadie nos enseña a ser padres, a hacer bien un duelo o a ponerle un límite de manera sana y constructiva a una figura de autoridad. Los espacios para “practicar” estas habilidades son limitados y nunca son como “la vida misma”.

Hay recetas técnicas, como para todo. Pero el tipo de abordaje es cualitativamente diferente. Lo técnico puede ser útil y complementar, pero no resuelve. ¿Cómo me convierto en un buen líder? 

Sin autoconocimiento ni llevando a cabo un proceso reflexivo profundo, corro el riesgo de repetir patrones de manera inconsciente, como si entre los estímulos de la realidad y mi reacción no hubiera un espacio de libertad interior para gestionarme. 

Nuestros patrones suelen quedar al descubierto en contextos de tensión reflexiva. La tensión hace que aflore lo que está oculto, operando de forma subrepticia. Lo devela. Frente a la frustración, el cansancio o la (in)tolerancia a los límites o características de los otros, me pasan cosas. 

La montaña, en el marco de una actividad de aprendizaje, propone un muy buen contexto para el desarrollo de esa tensión reflexiva. Por un lado, la montaña nos expone a condiciones que están fuera de nuestro control y frente a las cuales tenemos que trabajar. El pronóstico de una tormenta o las (sorpresivamente malas) condiciones de un sendero, por citar dos ejemplos. Por otro lado, el entorno invita a llevar adelante procesos introspectivos profundos y transformadores. 

A la tensión, le sucede la reflexión. ¿Cómo reacciono cuando estoy cansado? ¿Puedo decir “no sé” o “no puedo”? ¿Qué me pasa con el límite de los demás, con sus propios “no puedo”, cuando afectan el desempeño de nuestro equipo? ¿Soy capaz de decir cosas difíciles de manera constructiva y respetuosa? ¿Me animo a proponer una mirada divergente o a hacer una pregunta incómoda cuando ya hay consenso entre los demás miembros del grupo? 

La montaña nos desnuda porque no podemos sostener los personajes por muchos días. Es agotador. Está aquel que es el alma de la fiesta, solidario, hiperactivo, hasta que al cuarto día no puede sostener la energía. Está el que gruñe cuando las cosas no son exactamente como había pensado que serían. Está también quien ejercita un liderazgo silencioso y efectivo, pasando de ser una persona cuyo nombre es difícil de recordar a estar en las columnas de un sistema (de un grupo). 

No alcanza con dar un marco para el desarrollo de habilidades “difíciles de practicar”. También hay que reflexionar, de manera consciente, en un proceso de autoconocimiento profundo. Sin eso, todo lo demás es en balde. La calidad del sustrato de la tierra está directamente relacionada con el fruto de la superficie. Conectar con la fuente, con uno mismo, de manera honda, para liderar desde la (auto)conciencia. 

Con autoconocimiento y reflexión, ahí sí, hay que tomar decisiones en un contexto desconocido y sin suficiente información. Hay que coordinar voluntades. Los temas difíciles se conversan. Se estimula que el conflicto emerja para poder resolverlo de una manera productiva. Hay que poner el cuerpo, cargar la mochila, atravesar las tormentas y cocinar en equipo. Los senderos de montaña enseñan que la vulnerabilidad no nos desautoriza frente a los demás, sino todo lo contrario. No es una experiencia para súper hombres ni mujeres, sino para seres humanos, de carne y hueso, con sus sombras y limitaciones, pero con una vocación por progresar, desafiarse y aprender. El único requisito sine qua non es ese: la humildad de ponernos en lugar de aprendiz. Es bueno llegar así, sino la montaña nos acomoda. Enseguida. 

He visto gente enfrentar miedos profundos, desafiándose y mostrándose que podía. He visto gente llorar duelos inconclusos. He acompañado el proceso de dejar atrás un dolor, una máscara o un modelo mental que ya no se quería cargar más. He visto personas “tímidas e introvertidas” sacar a flote a un grupo entero, a fuerza de trabajo consciente y consistente. He visto cómo el autoritarismo, el capricho y la mala fe desautorizan, mientras que la honestidad (incluso si duele), la transparencia y la buena fe, nos dan autoridad informal. He visto cómo se amplían las posibilidades de comprensión de un desafío, ampliando, así, grados de libertad para abordarlo. Lo he visto, doy testimonio. 

A liderar se aprende. No en cualquier contexto. No de cualquier manera. Nosotros, entre otras, encontramos esta. Por eso, desde el IEEM vamos a la montaña y seguiremos yendo. Porque la montaña nos convoca no solo para formar líderes responsables, sino también conscientes, humildes y trabajadores. Y ahí está nuestro propósito. 

 

 


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