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Elección del nuevo papa y requisitos para liderar la Iglesia Católica


Publicado el : 15 de Mayo de 2025

En : General

Por Carlos M. González Saracho, capellán del IEEM

 

Un 17,7 % de la población mundial se declara católica y un número mayor recibe influencia por los centros educativos y las labores asistenciales de la Iglesia Católica en todo el mundo. Por lo tanto, es lógica la abundante cobertura mediática que ha tenido el cónclave y la atención que se presta a las primeras declaraciones del papa León XIV. Pero ¿se puede enfocar esta información cómo la de cualquier empresa u organización internacional? Sería insuficiente hacerlo y llevaría a no comprender muchas cosas.

Si se ve la elección como una puja entre progresistas y conservadores, se pierde vista lo principal. Por ejemplo, antes del cónclave, el cardenal Prevost no figuraba entre los “papables” principales, a pesar de que reunía todas las condiciones para el cargo, que fue lo que finalmente tuvieron en cuenta los electores. Por esto la decisión fue rápida.

El 23 de febrero de 2013, pocos días antes de que Jorge Mario Bergoglio viajara a Roma para participar en el cónclave en el cual fue elegido, recibió en Buenos Aires a unos representantes del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, que —entre otras— le formularon la siguiente pregunta: “Para usted ¿qué perfil debe tener el nuevo papa?”. El que luego sería el papa Francisco les dio una sintética respuesta que da una perfecta explicación de cuál es la naturaleza de la misión de la Iglesia y del romano pontífice. La respuesta fue: “Les voy a decir cosas evidentes, pero son las cosas en las que yo creo. Primero, tiene que ser un hombre de oración, un hombre profundamente vinculado a Dios. Segundo, tiene que ser una persona que cree profundamente que el dueño de la Iglesia es Jesucristo y no él, y que Jesucristo es el Señor de la historia. Tercero, un buen obispo. Debe ser un hombre que sabe cuidar, acoger, tierno con las personas, que sabe crear comunión. Y cuarto, debe ser un hombre, ahora, que ayude a reformar la curia”.

Estos criterios fueron los que primaron y los que el nuevo papa cumple claramente (excepto el cuarto, porque la reforma de la curia ya había sido comenzada por Francisco). Primero, hombre de oración: en su saludo inaugural desde el balcón dijo: “Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita de su luz. La humanidad necesita de Él como el puente que le permite ser alcanzada por Dios y por su amor”. Y al día siguiente salió del Vaticano para ir a rezar a dos iglesias dedicadas a la Virgen. Segundo, creer que la Iglesia es de Jesucristo y no del papa: en su primera homilía, a todos los cardenales que participaron en el cónclave les recordó que “un compromiso irrenunciable, para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, es desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”. Tercero, buen obispo, que sepa cuidar: son incontables los testimonios agradecidos y admirados de quienes lo tuvieron ocho años como obispo en Chiclayo, Perú, donde vivió hasta hace dos años y dejó un recuerdo imborrable.

Desde un punto de vista más humano, sociológico, podríamos añadir otros dos requisitos para liderar la Iglesia Católica. En primer lugar, experiencia de gobierno universal, no solo en una diócesis. Y León XIV fue, durante dos períodos, el superior general de la Orden de los Agustinos, lo que da un conocimiento directo de los problemas en diversos países que ha recorrido; y los últimos dos años estuvo a cargo del Dicasterio de los Obispos, en Roma, lo que brinda una experiencia —quizá de las más útiles— en el gobierno de la Iglesia universal y de contacto con los obispos de todo el mundo. En segundo lugar, ser un hombre de diálogo, de unidad. Con el papa Francisco, en los últimos años habían surgido polémicas y divisiones. León XIV en pocos días unió una continua referencia cariñosa al legado de Francisco con un llamado a cuidar el depósito de la fe, que ha amortiguado rápidamente esas divisiones.


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