Publicado el : 17 de Octubre de 2025
En : General
Por Rosario González Stewart, profesora del IEEM
Durante varios años estuve en el rol de CEO y una de las dinámicas más significativas —y a veces más complejas— fue la relación con los presidentes del directorio. Tuve la oportunidad de trabajar con perfiles muy distintos, algunos con mucha experiencia operativa, otros más estratégicos o institucionales.
Recuerdo una situación en particular, un presidente que, con la mejor intención, quería estar “cerca” del negocio. Pero esa cercanía se traducía en un involucramiento constante en decisiones operativas, incluso en aspectos menores del día a día. Las reuniones se volvían correcciones, los intercambios eran más interrogatorios que conversaciones. Era claro que no se trataba solo de estilos, se estaba desdibujando la frontera entre gobernar y gestionar. Como CEO, uno siente cuando no hay espacio para ejercer con autonomía.
En el otro extremo, trabajé con un presidente que, cuando entendía que había que analizar algo relevante del contexto, solía comenzar su frase con algo que me marcó: “Si me permitís, te voy a hacer una sugerencia, desde mi experiencia”. Ese modo de acercarse transmitía respeto y generaba confianza, pero también ponía en evidencia una tensión: a veces lo que planteaba como sugerencia no era un consejo, sino una definición que le correspondía al directorio tomar y a mí, como CEO, ejecutar. Esa diferencia es sutil, pero importante, porque no se trata de opinar o aconsejar, sino de ejercer con claridad el rol de decidir en el ámbito que corresponde.
Esa diferencia en el vínculo cambia mucho, no hablo solo de clima o estilo, hablo de lo que pasa con el foco estratégico, con la alineación interna, con la confianza que uno puede construir hacia abajo en la organización. Un presidente que asume su rol de guía, de facilitador de conversaciones difíciles, de garante de la visión a largo plazo, es un activo valioso. Uno que se convierte en un actor más del día a día, por el contrario, puede neutralizar el liderazgo del CEO y hasta generar confusión en toda la estructura.
Estas experiencias me llevan a identificar tres aspectos determinantes de la relación entre un presidente y un CEO:
Hoy, mirando en retrospectiva, creo que muchas tensiones innecesarias entre CEO y presidente se podrían evitar si ambas partes comenzaran con una conversación franca sobre expectativas, límites y formas de aportar valor. Porque sí, es responsabilidad del directorio supervisar, pero también es responsabilidad del CEO dar espacio para que eso ocurra con transparencia.
Gobernar no es mandar y liderar en la gestión no es resistir el control. Cuando cada uno cumple su rol con respeto, confianza y un propósito compartido, la organización avanza en el camino hacia su mejor versión.