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Libres para ser


Publicado el : 12 de Diciembre de 2025

En : General

Por Margara Ferber, profesora del IEEM

Hace doscientos años, un 19 de abril, varios orientales cruzaron el Río Uruguay. Amparados por la oscuridad que precede al amanecer, desembarcaron en la playa de la Agraciada. Allí, enarbolando una bandera tricolor, Juan Antonio Lavalleja les tomó un juramento: liberar la patria del dominio extranjero, o morir en el intento.

Hoy somos un país independiente, pero no somos libres. Vivimos bajo otro tipo de dominación.

Estamos presos por las redes sociales. Vivimos comparándonos con los demás, temerosos de no ser tan exitosos como deberíamos. Somos rehenes de la corrección política; nos limita lo que los demás piensan de nosotros y nos cuesta ir contra corriente. ¡No vayamos a ser cancelados! Estamos bajo el yugo de nuestro ego y somos cada vez más individualistas. Aunque vivimos en un mundo hiperconectado, nunca estuvimos más solos. Tenemos una crisis existencial. Pero no sabemos lo que nos pasa, y eso, como decía Ortega y Gasset, es lo que nos pasa. Pensamos que somos libres, porque confundimos a la libertad con la capacidad de tomar decisiones sin que nada ni nadie se interponga. Quizás hasta lo unamos con el estatus económico: somos libres si tenemos el suficiente dinero o si aspiramos a tenerlo a la brevedad, como para comprar la casa que anhelamos o hacer ese viaje soñado. Pero ¿es así?

La verdad es que la libertad no tiene que ver con hacer lo que me apetece en todo momento, ni con comer lo que me gusta, ni con viajar a donde me plazca. La libertad tiene que ver con conocerse a uno mismo y con elegir lo correcto.  

Para objetivar los hábitos que nos ayudan a autoconocernos, el filósofo Rafael Alvira nos invita a comprender a la persona en tres dimensiones: espacio, tiempo y trascendencia.

Comprender a la persona en la dimensión espacio implica ver a la parte como parte, así como ver la grandeza de lo pequeño. Ver primero la parte de una unidad mayor, para luego poder captar la totalidad con una visión intelectual. Schelling decía que la ciencia ve una cosa en el mundo, mientras que los humanistas ven un mundo en una cosa.

Cuando adquirimos el hábito del espacio, los seres humanos descubrimos y desarrollamos el sentido de la Belleza. Aprendemos a apreciar la armonía y a buscarla, tanto en el entorno —en la Creación— como dentro de nosotros mismos.

Con respecto al tiempo, tenemos que comprender que es histórico, filosófico y lingüístico:

  • El tiempo histórico implica comprender el significado del pasado y cómo nos influye hoy.
  • El tiempo filosófico supone comprender la verdad del presente.
  • El tiempo lingüístico trata de organizar, a futuro, la realidad en una forma comprensible.

Al adquirir el hábito del tiempo, descubrimos y desarrollamos principalmente el sentido de la Verdad. Aprendemos a actuar alineados con la realidad, que sí existe.

En cuanto a la trascendencia, hay hábitos que incorporar también. Por una parte, relativizar lo limitado frente a lo ilimitado. Esto puede hacerse de dos maneras: a través del escepticismo o mediante la creencia en algo superior, que nos excede. Por otra parte, aprender a apreciar al otro como a mí mismo y comportarme de forma acorde.

Al adquirir los hábitos de trascendencia se desarrolla el sentido de la Bondad. Aprendemos a pausar, a levantar la vista y a mirar nuestra vida, y la de los demás, con compasión y en perspectiva. Nos animamos a hacernos las grandes preguntas. Por ejemplo: ¿qué es ser verdaderamente libre?, ¿para qué nací?, ¿cuál es mi propósito?, ¿quién soy y qué tipo de persona —líder— quiero ser?

Esto es lo propio del Humanismo, al que Alvira define, hacia adentro, como la filosofía de conocerse a sí mismo, y hacia afuera, como el saber decir y actuar con Belleza, Bondad y Verdad.

Conocerse y elegir lo correcto. Para lograr esto, la libertad tiene un requisito fundamental, que es tener opciones. Hay que elegir el bien.

La persona libre es aquella que elige tomar buenas decisiones, a pesar de que los condicionamientos externos sean malos. La persona libre elige confiar, aunque sabe que pueden traicionarla. Elige mostrarse vulnerable, porque sabe que, si se pone la armadura, se protege también de lo más lindo que tiene la vida, que es el amor, la alegría, la conexión con los demás seres humanos.  

Las personas libres comprenden que el mundo, las circunstancias y la época que les ha tocado vivir son las mejores de la historia, porque son las que tienen que protagonizar. Y eligen hacerse cargo. Son dueñas de sus actos, responsables de sus éxitos y también de sus fracasos.  Y se caen, como nos caemos todos, pero eligen volver a levantarse, una y otra vez. Porque se han detenido para conocerse y para hacerse las grandes preguntas. Por eso, saben hacia dónde van y en quiénes se quieren convertir. Porque necesitamos ser libres, para ser.

En el siglo XVII, al comienzo de la modernidad, Shakespeare, con Hamlet, nos hace una pregunta que todos conocemos, aunque no hayamos leído la obra: “To be or not to be”. El espectro del padre de Hamlet le pide que se vengue de su madre y de su tío, porque se habían confabulado para matarlo.

¿Por qué, entonces, Hamlet se pregunta “ser o no ser”, cuando lo que tenía era que hacer o no hacer algo? Hamlet comprendía que lo importante no era el hacer, sino el ser. Porque dependiendo de quién soy, haré las cosas de una manera u de otra. Dependiendo de quién soy, elegiré la Bondad, la Verdad y la Belleza. O no.

Sin embargo, en el mundo moderno ya no importa ser, sino parecer. La apariencia lo es todo. Y el peligro de hacer muchas cosas nos puede llevar a deshumanizarnos. Las decisiones que tomamos día a día, año a año, van cultivando nuestra esencia. Por eso tenemos que elegir bien, para irnos convirtiendo en la persona, líder, que fuimos llamados a ser.  

Los orientales que desembarcaron en la Agraciada tenían claro que su responsabilidad era liberar a la patria del dominio extranjero. Hoy, doscientos años después, tenemos la misma responsabilidad, aunque el opresor sea otro.

Nuestra sociedad necesita directivos humanistas para liberarnos del yugo del materialismo y de la superficialidad. Necesita de personas que se conozcan a sí mismas —y este es un trabajo para toda la vida—, que estén en armonía y alineadas con la realidad. Líderes que sean auténticos y compasivos. Que libremente opten por la Belleza, la Verdad y la Bondad, como brújula, para alcanzar el propósito y acompañar a otros a descubrir los suyos. Necesita de personas que elijan ser libres. Que elijan ser. Porque, como decía Hamlet, esa es la cuestión.


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