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¿Qué ves cuando me ves?


Publicado el : 15 de Agosto de 2025

En : General

Por Carolina Pejo, directora de Antiguos Alumnos del IEEM

 

Todo empezó en un vuelo a Asunción. Salimos de Montevideo y el plan era encontrarnos con el resto de la familia dos días más tarde. Antes de salir, mi padre me dijo: “Cuando pases por arriba de casa, te voy a saludar”.

Esa frase me dejó con la nariz pegada a la ventanilla. Quería comprobar si, desde el aire, podría reconocer su casa, allá perdida en el medio del departamento de Artigas. Y me vino un recuerdo: cuando era niña y vivía en el campo, cada vez que escuchábamos un avión, mi hermana y yo dejábamos todo y salíamos corriendo a despedirlo con la mano. Siempre me preguntaba: “¿Qué estarán pensando las personas allá arriba?”. Esta vez, era yo la que miraba hacia abajo.

Desde 5.000 metros de altura, grandes estructuras, carreteras y puentes se reducían a líneas silenciosas. Desde ese ángulo, me di cuenta de que incluso lo más simple tenía dignidad. Fue un recordatorio de que la perspectiva lo cambia todo.

Miré hacia mi costado y me di cuenta de que ese switch en la perspectiva siempre me ha acompañado.

 

Hace un tiempo leí, en algún lugar que no recuerdo, una historia sobre tres amigos de distintos países, cada uno con una forma muy particular de trabajar:

  • El empresario chino. Cada fin de año, abría su agenda y llamaba a todas las personas importantes para él: no para hablar de negocios, sino para preguntar cómo estaban, qué había pasado en sus vidas y qué soñaban para el futuro. “Así se cultiva la confianza”, decía.
  • La ejecutiva francesa. Sus correos eran cortos y directos, pero siempre empezaban con unas líneas cálidas, reconociendo a la persona antes de ir al grano. “Las relaciones son el hilo invisible que hace que las decisiones lleguen más rápido”, explicaba.
  • El profesional estadounidense. Cuando la claridad se diluía, su instinto era abrir el contrato y buscar ahí la respuesta, “porque ya estaba todo escrito, ¿no?”.

 

La trampa

Y sí, hemos crecido en una cultura transaccional. Somos excelentes en ejecución, claridad y rapidez. Como profesionales, es fácil —y muchas veces aplaudido— enfocarnos solamente en lo transaccional: los tableros llenos de métricas, los KPI, pipelines de ventas y el vértigo constante del “networking”. Todo súper útil sin dudas, pero más allá de las conexiones, son las relaciones las que nos sostienen.

 

Un gran “descubrimiento”

Hace unos días, el New York Times publicó un artículo sobre cómo se mantienen jóvenes los llamados “superancianos”. Son personas de más de ochenta años que tienen la misma capacidad de memoria que alguien veinte o treinta años más joven.

Este gran descubrimiento, que lo tomé con tono jocoso, fue que no habían encontrado ninguna dieta, ejercicio o suplemento mágico que les haya dado ese superpoder, sino que lo que compartían, más que nada, era la importancia que le daban a sus vínculos sociales. Sus relaciones no eran algo secundario, sino una práctica.

Desde el avión, todo se puede ver distinto con un cambio de perspectiva. Lo mismo pasa con nuestro trabajo. No tenemos por qué dejar las ratios, los modelos financieros o los contratos. Obvio que importan. Pero la invitación está en poner a las personas primero. Porque siempre dicen que, al final, en nuestro lecho de muerte, no vamos a recordar los procesos que optimizamos, sino a las personas que recorrieron el camino con nosotros. 


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